¿La primera y la última de Porcayo?

ISRAEL LEÓN O’FARRILL

La semana anterior comenté sobre José Luis Zárate, escritor poblano que se autonombra “alternativo”; prueba de ello es su libro Primero fue la sangre, donde a través de ensayos y artículos periodísticos penetra en las fibras de la cultura pop–televisión, especialmente caricaturas, y el cine, concretamente Godzilla –y de esos mitos que tanto han interesado a generaciones: vampiros y monstruos diversos. Sin embargo, también ensaya sobre uno de los portentos cyberpunk de los 80: el espectacular Akira, de Katsuhiro Otomo. Esa película y el manga del que surge son discusiones filosóficas –sí, aunque sean dibujitos también filosofan, me cae– entre si el ser humano debe o no convivir con la tecnología y cómo es que debe darse esa relación. Sé que suena quizá a la discusión que ya trata la ficción científica; sin embargo, el cyberpunk integra otros aspectos que le dan vida propia –sin importar que sea considerado un subgénero de la ficción científica– y nos dejó cosas tales como el Blade Runner de Phillip K. Dick, y en México, una de las mejores novelas de habla hispana de este género, y cuyo autor vive precisamente en esta ciudad famosa por su camote y su mole.

La primera calle de la soledad, novela escrita por Gerardo Horacio Porcayo, resultó ser en su momento una de las promesas más interesantes para los adoradores de estos géneros, e incluso para la literatura mexicana en general. Surgida en el primer lustro de los 90 de la mano de un jovenzuelo autor, prometía llevarlo al estrellato. Sin embargo, igual que el mismo Zárate, Porcayo se encuentra a duras penas publicando y escribiendo sobre todos aquellos géneros alternativos, como él también los llama. Frecuentemente dan conferencias juntos y conviven en una extraña amistad que muy probablemente termine siendo una especie de terapia compartida para sobrevivir las terribles inconsistencias de un mundo editorial mezquino, al menos para con ellos.

Resulta quizá que el género de ficción científica y el cyberpunk no son pensados para el mundo latino, y sólo han tenido fieles seguidores en el mercado sajón; lo cierto es que los principales premios están en Estados Unidos. Por otro lado, hay cierta razón para pensar que nuestros países difícilmente pueden ser escenario de ámbitos futuristas con coches que vuelan y máquinas de teletransportación –salvo que se piense que vuelan porque se los roban, o que te esfumes producto de un secuestro–; en todo caso, el futuro habrá de llegarnos en algún momento, con tecnología o no, y quizá con aquella visión apocalíptica y terrible que se narra en las novelas ciberpunketas. Y es que lo interesante de este género es que muestra sociedades viciosamente construidas a través de las tecnología, visiones de hackers mercenarios y androides con sentimientos; hombres mitad máquina que irrumpen en las computadoras para robar secretos industriales, o lo que pudiera ser más interesante, el desarrollo de nuevas religiones igual o peor de decadentes, surgidas de la tecnología misma. Como queda demostrado en la novela de Porcayo, la sociedad mexicana bien puede ser ejemplo de la decadencia de que hablamos; piratas tenemos, corrupción y un sinnúmero de vicios y todavía no nos llega el futuro. Sólo habría que añadirle unos toques de tecnología para llamarla cyberpunk o posmoderna. A veces podríamos pensar que estos autores son más que novelistas, son auténticos agoreros del desastre al que nuestro país realmente se encamina. Es ahí donde me parece que radica la falta de atención y apoyo a este tipo de autores, en lo negativo de sus obras, y las editoriales a veces prefieren publicar versiones más entretenidas de la realidad o tendientes a distraer más que a fomentar la reflexión.

Los mundos sórdidos del cyberpunk son incómodos. De hecho, la novela de K. Dick, el Blade Runner, adquirió un nuevo significado cuando en los 90 los científicos encontraron la manera de manipular las células madre y generar clones a partir de ello. Dentro del debate estaba la idea de si esos clones serían seres humanos o no, y si tendrían derechos igual que los mortales nacidos de matriz y por la decisión de un ser supremo. Ello nos generaría nuevas discriminaciones y holocaustos o esclavitudes tan características de la raza humana. Igualmente cobra una pertinencia totalmente actual la novela de Porcayo al ver que nuestro mundo está siendo manejado por corporaciones poco morales y sacerdotes pederastas y religiones vacuas. Claro que es incómodo, y a todo aquél que ahora cante la descomposición social se le tilda de revoltoso o de pesimista. El cyberpunk como género bien puede representar una nueva vanguardia que, al igual que las anteriores, critica a la modernidad no en sí a través de la tecnología, sino partiendo directamente de la sociedad que hace uso pernicioso de los engendros que lanza la modernidad misma. Porcayo y Zárate son autores incómodos en un mundo hipócrita que poca tolerancia tiene a la verdad. Esperemos por el bien de ellos que pronto puedan obtener más premios en Estados Unidos o en Canadá, para que al menos les caiga una lana. Igual y hasta película les hacen.


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