"En la entrega anterior hablaba de la terrible dificultad de ser mu-jer en este mundo de porquería, diseñado específicamente para los hombres y donde parece que el nacer sin pene es un pecado que no se quita ni con la edad. La reflexión surge de la mo-dificación constitucional en que el Estado garantizará la protección de la vida desde su concepción (sea lo que sea que eso signifique), hasta la extinción de la misma por causas naturales; a la vez, la pareja heterosexual se queda como el centro de todo lo relativo a la familia. Como resultado de todo esto, el destino de una chica que de-cidió detener un embarazo pende de la de-cisión de la Corte y puede pasar hasta seis años en la cárcel. Cruel destino: ser mujer y pretender decidir por sí misma lo que ha-brá de hacer con su cuerpo. Lo cierto es que quizá esa acción, el decidir sobre aque-llo que es únicamente nuestro, el cuerpo, resulta demasiado peligroso ya para el sistema, incluida la iglesia, por supuesto.
Sin embargo, como era de esperarse, no se encuentra en la ley o en la sociedad el más mínimo atisbo de castigo a los hombres por el simple hecho de ser hombres. No vemos que se castigue con penas de cár-cel a quien decida practicarse una vasectomía; lo que es más, no vemos manifestaciones de grupos conservadores “pro vi-da” apostados a las puertas de clínicas para linchar a los que decidieron darle un tijeretazo a sus conductos seminales, conductos de vida indudablemente. ¡Ah no!, a esos no, pues son hombres. Bueno, quiero pensar que tiene que ver con que no hay cientos de hombres haciendo fila para hacerse la operación, y el hecho no representa una amenaza para las instituciones, además que nuestra sociedad sigue siendo esencialmente viril y el que un hombre pueda producir hijos lo hace ser completo. Pensar lo contrario resulta incluso peligroso.
Imaginar una sociedad más equitativa entre géneros a veces resulta ocioso por la cantidad de escollos que surgen en el ca-mino. Como de costumbre la literatura tien-de a trascender los propios límites que la sociedad impone y con maravillosa soltura expone universos que aunque utópicos, resultan en sí sugerentes. Cayó en mis ma-nos un texto en inglés llamado Daughter of the Blood, una novela de fantasía –no po-día ser de otra manera– escrita por Anne Bishop en la que, en un universo evidentemente distinto al nuestro, las mujeres lle-van la voz cantante. Los hombres son las concubinas e incluso existen algunos otros que se dedican específicamente a producir placer, y se alquilan como acompañantes, amantes o simple entretenimiento. Políti-ca, enamoramiento, magia y erotismo son los elementos que entretejen una interesante historia en la que al parecer la autora ha buscado de manera inteligente otorgarle a la mujer el lugar que tanto se le ha negado a lo largo de milenios. Indepen-dientemente del valor literario que tenga la novela, vale en sí por la forma en que la autora construye las intrigas, el egoísmo y estructuras sociales claramente viciosas, sin importar si hombres o mujeres son los que detentan el poder.
Como lo dije, sólo en la fantasía algo así podría suceder. Creer que en algún mo-mento el hombre podrá cederle el espacio a la mujer más allá de darle el asiento en un camión es algo que valdría la pena analizar. A final de cuentas, alguien en este mundo tiene que trabajar y seríamos muy obtusos al pensar que el trabajo depende del género. Hace unos días participé en un seminario de periodismo de salud, en don-de una buena cantidad de los asistentes eran mujeres periodistas. Ello es indicativo de que todavía, incluso en los medios, se piensa que quien se hace cargo de la salud de la familia es la mujer, o que no son te-mas lo suficientemente importantes como para que los hombres periodistas los trabajen. Lo más curioso es que uno de los médicos expositores se aventó la puntada de llamarles la atención a las mujeres ahí presentes por asumir los riesgos que im-plica el trabajar como hombres dejando de lado aquellas labores “naturales” para su fisiología. No es la culpa de las mujeres: nuestra sociedad no se ha adaptado a su inserción en todos los ámbitos, y se han generado muchos otros problemas de salud.
Como de costumbre, la literatura desarrolla escenarios alternativos que bien po-drían empezar a atender los encargados de llevar las cosas en nuestro país. Fantasía, ficción científica, como quieran llamarlo, al menos alguien está haciendo algo al res-pecto. Eso, o para ser más equitativos, lan-zar de una vez al tambo o de plano, empalar en la plaza pública a todos esos genocidas sin moral que deciden practicarse la vasectomía. ¡Malditos degenerados!"
Israel Leon O'Farrill
La Jornada
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