En una parte del show, Casey Spooner proclamaba retóricamente lo efímero y vivencial del momento. Lo específico del instante. Funcionando teóricamente bajo la función única e irrepetible de un guión cinematográfico, lleno de gags y tragedias, con personajes principales y secundarios que cambian morfológicamente cada intervalo de tiempo; con OST y todo. Y dentro de esa dinámica histriónica existen pequeños shows, como matrioskas escénicas de la realidad relativa. El meta texto del show explica que no son improvisados; se nota la escuela, el ballet epiléptico les ha costado sudor y sangre, las grabaciones que se proyectan en el fondo lo demuestran, son el documento gráfico y al mismo tiempo una cereza Warhol. Tradición hay de sobra, desde el sonido Pet Shop Boy’s y los vestuarios Dragqueenescos glam, hasta los movimientos en honor a Frederick Bulsara (a.k.a. Freddie Mercury).


Spooner no erraba, el show, que aunque ha sido obviamente presentado en múltiples ocasiones, goza de credibilidad y autentica manifestación de amor, en pocas palabras, son unos chingones y claro, aunque no han sido los primeros, ni serán los últimos en montar un espectáculo musical conceptual a lo Ziggy y las arañas de Marte, la neta es que les sale por demás bien.